La inflación constituye en los últimos largos años una realidad inevitable para las empresas argentinas. Especialmente durante 2018 se registró un aceleramiento importante del incremento de precios, resultando en niveles que excedieron el 100% acumulado en tres años. Desde el punto de vista de las normas contables estos altos índices técnicamente son considerados como “hiperinflación” y, por lo tanto, requieren el denominado “ajuste por inflación” para que la información financiera refleje correctamente el valor de la moneda. Este ejercicio puso de manifiesto la gran exposición inflacionaria con la que cuentan muchos negocios y la necesidad de contar con estrategias de mitigación para evitar pérdidas relacionadas. Desde el punto de vista financiero, la gestión es compleja, porque no existen instrumentos financieros que cubran directamente la forma en la que la inflación afecta a los resultados. De hecho, más que un asunto financiero, la gestión del riesgo de inflación trata con la optimización de los procesos alrededor de las posiciones monetarias, especialmente créditos de venta, el ciclo de cobranza y con identificar oportunidades para transformar activos monetarios en reales para proteger su valor adquisitivo.
Una estrategia de gestión de inflación suele plantearse en varias etapas. En una fase inicial, las entidades deberán analizar las posiciones que definen su exposición. Principalmente son las partidas monetarias activas y pasivas. La exposición real surge de la posición consolidada. No obstante, diferencias en duración y formalidades de pago dificultan una compensación directa entre ambas partidas. Asimismo, el impacto en resultados no es directamente visible y requiere un análisis más profundo. Por ejemplo, intereses cobrados por invertir efectivo o ganancias cambiarias compensan la pérdida de valor adquisitivo de las respectivas posiciones monetarias y deberán considerarse para obtener una fiel imagen financiera del impacto causado por la inflación. En una segunda fase deberán desarrollarse estrategias de cobertura. En general, una estrategia de gestión de inflación distingue entre medidas que apuntan a modificar las condiciones de las posiciones monetarias para mitigar el impacto y aquellas con el objetivo de reemplazar activos monetarios por reales para eliminar la exposición por completo. Según las condiciones específicas a las que se enfrenta cada empresa, las medidas resultarán ser de corto, mediano o largo plazo dada la facilidad de su implementación.
Las posiciones principales afectadas por el riesgo de inflación son posiciones líquidas y créditos de venta, siendo estas últimas especialmente problemáticas, debido a la imposibilidad de actuar sobre ellas antes de haberse realizado su cobranza, dependiendo así del comportamiento de un tercero. Durante este tiempo, al que deben sumarse plazos de mora, la exposición está plenamente expuesta al riesgo inflacionario. Por lo tanto, es de gran importancia recortar el ciclo de cobranza y ajustar a la inflación las condiciones de pago. En casos que resulte imposible las empresas deberían considerar una reestructuración de la cartera de clientes dentro de lo comercialmente posible, para evitar así futuras pérdidas. Otra posibilidad sería la venta directa de las cuentas por cobrar. Con respecto a posiciones líquidas, muchas empresas optan por cambiarlas a divisa fuerte como estrategia a corto plazo. Esto mitiga el riesgo de inflación solamente de forma indirecta. Si bien a largo plazo la evolución de la divisa debería cubrir razonablemente la pérdida por inflación, a corto plazo la evolución es incierta, creando de esta forma un riesgo cambiario relacionado.
Otras estrategias de cobertura buscan eliminar el riesgo de inflación reemplazando activos financieros por reales. Dependiendo de la estrategia y los objetivos comerciales, pueden darse diferentes alternativas. A largo plazo podría considerarse la compra de un edificio de oficina en lugar de alquilarlo. Especialmente, si se suman ventajas fiscales al propio edificio. Una alternativa menos común consiste en reajustar el nivel de inventario. Si bien la teoría empresarial clásica dicta minimizar los inventarios, en un entorno inflacionario puede resultar ventajoso aumentar su nivel, si la tasa de depreciación es inferior a la inflación. Esto depende del tipo de inventario. Productos electrónicos suelen sufrir una mayor depreciación que otros bienes industriales.
La inflación genera un impacto importante en los resultados empresariales. Su gestión representa un desafío considerable para las entidades y pasa por una optimización de las posiciones monetarias y los procesos relacionados. A su vez, el análisis necesario ofrece información detallada sobre la posición financiera de la compañía y puede ser utilizada para mejorar la eficiencia en general. Un reto para el que las empresas deberían prepararse, ya que todo apunta a que la inflación nos seguirá acompañando.
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